Emigración

 

   

Se oye muy a menudo, en los diversos medios de comunicación, que España también tuvo su propia emigración a Europa, sobre todo a fines de los cincuenta y principalmente durante toda la década de los sesenta y principios de los setenta.

Cuando los tertulianos hacen referencia a ello, siempre es para justificar la llegada a España de cualquier emigrante sin importar el número, y sobre todo si vienen de forma legal o ilegal, trabajar o a vivir del cuento a costa de freírnos a impuestos tanto el PP como el PSOE. 

Cualquiera que diga que hay que poner un poco de orden, en suma, de regular la emigración de acuerdo con nuestras capacidades, es tachado de inmediato de malo, malísimo; de racista, facha o que es un derechista de cuidado. Está claro que ellos, izquierdistas son los buenos, buenísimos, aunque en realidad son unos bobos, bobísimos.

Un pequeño resumen de lo que fue la emigración española a Europa.

En el año 1956 fue creado el IEE, Instituto Español de Emigración, para regular desde aquí y coordinar con los países receptores el número de personas que podían emigrar, de acuerdo con las necesidades en cada momento de los países en cuestión.  

Primero. El número de emigrantes estaba totalmente regulado y dependía de las necesidades de mano de obra de los países receptores.

Si en los años 50 o 60 hubiera habido barra libre, millones de españoles, portugueses, italianos o griegos hubieran invadido y causado el caos en toda Europa.

También hubieran salido millones de la antigua Yugoslavia, Rumanía, Polonia, etc. Pero eso, como todo el mundo sabe (menos los hijos de Marx) era imposible, dado que los países comunistas no permitían la salida de sus nacionales. Ni siquiera moverse dentro de su propio país sin el permiso correspondiente.

Segundo. Los trámites eran los siguientes. Te apuntabas en las delegaciones del IEE, (Instituto Español de Emigración) y cuando te llamaban tenías que sacar el pasaporte. Para sacarte el pasaporte tenías que solicitar el certificado de penales. O sea, ningún español con antecedentes podía optar a una de las plazas. España no enviaba a nadie que hubiera cometido algún delito. No enviaba a delincuentes.

Tercero. Todos pasaban un examen de reconocimiento médico. Tampoco enviaba enfermos.

Cuarto.  Los viajes eran colectivos y al llegar a, por ejemplo, Alemania, tenían  asegurado un alojamiento digno, nada de hoteles de 5 estrellas, pero alojamientos con todo lo necesario y en perfecto estado.

Alemania ha llegado a tener casi 7 millones de Gastarbeiter, (trabajadores invitados) pero, ¿qué hubiera pasado si el número de emigrantes no hubiera ido aumentando de forma escalonada y de acuerdo con las necesidades de cada país receptor? Se hubiera producido el caos. 

Es una pregunta retórica y desde luego no va dirigida a nuestros progres. Tratar de convencerlos es perder el tiempo. Antes conseguirás que te permitan abrir tiendas en Arabia Saudita para la venta de productos del cerdo y bebidas alcohólicas.

Hay que ser de una candidez infinita para creer que todo tipo de emigrante se integrará con el tiempo en las poblaciones que los acogen.

Los de cultura occidental, sí; con toda seguridad. El único escollo es el idioma. Por lo demás tenemos todos el mismo acervo común.

Los procedentes de países islámicos lo tienen muy difícil. Querer mezclar la civilización que ha «parido» la cultura judeo-greco-romana, con la civilización creada por el Islam, es querer mezclar agua con aceite.

El velo islámico.

¡Ojo! Que no se está hablando de buenos y malos. Sólo es la constatación de una realidad. Son civilizaciones diferentes que han producido resultados distintos.

Entonces, ¿qué? Pues lo mínimo que se puede exigir es una convivencia civilizada. Un respeto a nuestros usos y costumbres. A nuestra forma de entender la vida de acuerdo con nuestra civilización. Este requisito no fue necesario exigirlo a los emigrantes de España, Portugal, Italia o Grecia. Tenemos la misma civilización. 

Por lo demás, muchos de los subsaharianos que llegan ilegalmente a Europa, son aquellos que se pueden pagar el viaje. Que hablan inglés o francés bastante bien. Que no pertenecen precisamente a la capa más baja de la población.

Viaje usted a cualquier país africano y verá como no es el caso de toda la población. Aunque sean oficiales el inglés y el francés. Al no estar generalizada la enseñanza pública en toda la población, sólo los privilegiados tienen acceso a escuelas donde, entre otros idiomas nativos, aprenden también inglés o francés.

Podrían quedarse en su países. Ser solidarios con sus compatriotas. Contribuir a crear riqueza. No huyen del hambre. No hay más que verlos cuando llegan o asaltan la valla de Ceuta o Melilla. Y no busque, porque no la va a encontrar, ninguna huella de malnutrición.

¡Ah! No hable usted de una nueva esclavitud. Aquellos eran forzados. Estos pagan para ser «forzados» 

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